ILIADA. CANTO I

Fig 1. Rapto de Helena, José Teófilo de Jesús (1758–1847)

--ILIADA. Mi texto

1. La cólera de Aquiles, hijo de Peleo,
causó a los griegos incontables sufrimientos,
precipitando al infierno las vidas de gran número
de héroes, que acabaron siendo presas de perros
y de muchas aves, cumpliéndose así los designios de Zeus,
desde que por primera vez se enemistaran
el rey Agamenón, hijo de Atreo, y Aquiles, descendiente de Zeus.

8. ¿Qué divinidad los hizo entablar disputa?
Fué Apolo, hijo de Leto y Zeus, que irritado contra Agamenón,
envió una maligna y mortal peste contra su ejército
por haber deshonrado al sacerdote Crises,
que llevó a las veloces naves griegas
un valioso rescate para liberar a su hija,
y ceñido con los adornos de culto de Apolo
suplicó a todos los griegos su liberación, dirigiendo
su suplica a Agamenon y a su hermano Menelao, rey de Esparta.

17. "¡Agamenon, Menelao, y demás griegos de buenas armaduras!
Que los dioses del Olimpo os concedan
la conquista de Troya y el buen regreso a vuestros hogares;
pero liberad a mi hija, y aceptad el rescate,
por piedad del dios arquero Apolo, hijo de Zeus"

22. Todos aceptaron por unanimidad la propuesta,
respetando al sacerdote y aceptando el espléndido rescate,
pero no así Agamenón,
que alejándolo de mala manera le amenazó:

26. "Viejo, que no te encuentre de nuevo junto a estas naves,
sea por demorar tu partida, sea por regresar más tarde,
porque quizás no te socorra el culto a tu dios Apolo.
Escucha, no pienso soltar a tu hija, antes le visitará la vejez,
en mi hogar de Argos, lejos de su patria,
tejiendo con esmero de día y compartiendo mi lecho de noche.
Silencia tu boca para dejar de provocarme, si quieres regresar sano y salvo."

33. Sintiendo peligrar su vida el anciano acató las palabras de Agamenón.
Afligido marchó en silencio a lo largo de la orilla del bravo mar,
y alejándose de todos buscó con súplicas la atención
del dios Apolo, el nacido de Loto, la de hermosos cabellos:
"¡Oyeme, oh tú, el de arco plateado, protector de las ciudades de Crisa,
de la divina Cila, de Esminta, y de Ténedos, en la que imperas con poder.
He cuidado fielmente de tu amado templo y realizando numerosas ofrendas
he sacrificado en tu honor abundantes carnes de
toros y de cabras, así pues concédeme ahora este deseo:
que estos griegos paguen mis lágrimas con tus flechas envenenadas."

43. El resplandeciente Apolo, tras escuchar la plegaria,
descendió con ira de las cumbres del Olimpo
armado con arco, y en todo momento de flechas cargado,
que resonaron sobre los hombros del dios irritado
cuando éste se movió con ánimo oscuro, tal como la misma noche.
Situándose lejos de las naves griegas disparó una de sus mortales flechas,
y un terrorífico chasquido surgió del plateado arco.
Abatió primero a los caballos y a los ágiles perros,
luego dirigió sus flechas envenenadas hacia los mismos griegos
con acertando tino y sin pausa hizo surgir hogueras inmensas de cadáveres

53. Durante nueve días surcaron sobre el ejército las flechas del dios,
y al décimo Aquiles convocó una asamblea:
se lo había infundido Hera, la diosa de blancos brazos,
pues estaba turbada ante las muertes de tantos griegos.
Cuando estuvieron todos congregados,
se alzó Aquiles, el de pies ligeros, y dijo:

59. "¡Agamenon! Quizás regresemos a nuestra patria como náufragos
en caso de escapar del abrazo de esta muerte,
ya que la guerra y la peste se han aliado para doblegarnos.
Mas, preguntemos a algún adivino, sacerdote
o un intérprete de los sueños originados por el mismo Zeus,
para conocer el motivo de la ira del resplandeciente Apolo,
y si son plegarias lo que echa de menos o grandes sacrificios,
entregaremos a la hoguera la grasa de numerosos carneros y cabras
para que complaciéndose por ello aparte de nosotros esta matanza."

68. Aquiles tomó asiento y entre todos ellos se alzó
el mayor de los adivinos, Calcas, hijo de Téstor,
conocedor del presente, del futuro y del pasado,
que había conducido las naves griegas hacia Troya
con la guía del resplandeciente Apolo.
Lleno de buenos sentimientos tomó la palabra y dijo:

74. "¡Aquiles! amado de Zeus, me veo obligado
a delatar la cólera de Apolo, el soberano arquero.
Y así lo haré, más dame tu palabra y jura que
defenderás mi vida con resolución
pues creo que voy a irritar a Agamenón, rey de
Argos y a quien los griegos obedecen.
Poderoso es un rey cuando se enoja con un hombre inferior,
incluso si el mismo día le abandona la ira
mantendrá en su pecho el rencor hasta satisfacerlo.
Prométeme que guardaras mi vida en caso de poder perderla."

84. En respuesta dijo Aquiles, el de los pies ligeros:
"Recobra el ánimo alejando tu temor, Calcante, y dinos lo que sabes,
pues juro por Apolo, el amado de Zeus,
y a quien invocas para manifestar tus vaticinios,
que mientras yo viva sobre esta tierra
ninguno pondrá sobre ti sus vengativas manos,
aunque tal como temes sean las del mismísimo Agamenon,
ese que se jacta de ser el mejor de los griegos."

92. Confiando en las palabras de Aquiles, Calcante habló:
"No son plegarias ni sacrificios, lo que añora Apolo,
su ira proviene de Agamenón, al deshonrar al sacerdote Crises
negando la libertad de su hija y despreciando su rescate.
Por ello el dios arquero lanzó y seguirá lanzando suplicios,
y no apartará los males ni la odiosa peste
hasta que la muchacha de vivaces ojos sea devuelta, sin pagar rescate,
y tras dignificar a su padre Crises con sagradas ofrendas.
Sólo entonces, quizás se apiade Apolo de todos nosotros."

101. Tras hablar así, Calcante tomó asiento, y entre la multitud se alzó
el héroe Agamenón, hijo de Atreo y señor de extensos dominios,
que enfurecido por las palabras escuchadas tenía el alma airada,
y de sus ojos parecían surgir refulgentes fuegos.
Lanzando malignas miradas al sacerdote le dijo:
"¡Oh adivino de males! Jamás me has dicho nada grato,
siempre te han agradado los malos augurios
y nunca han surgido de ellos amables palabras.
También ahora revelas ante todos los presentes
la causa por la que Apolo les origina tantos dolores,
porque el espléndido rescate de la joven Criseida
no quise aceptar por desear fuertemente tenerla,
en mi casa, pues la prefiero a Clitemnestra,
mi legítima esposa, por no ser inferior a ésta
ni en hermosura, ni en inteligencia.
Pero aún así consentiré en devolverla, ya que es lo mejor
para que los soldados estén sanos, salvos y no perezcan.
Más dadme de inmediato otro botín, que no sea yo el único
sin recompensa, porque tampoco ello estaría bien.
Todos lo véis, me desprendo de Criseida, mi botín, mas quiero otro.

121. Y respondió el divino Aquiles, el de protectores pies:
¡Descendiente de Atreo, tu gloria está a la misma altura que tu codicia!
¿Cómo te van a dar estos griegos, aún siendo los más generosos, lo que pides?
No hemos almacenado riquezas comunes en ninguna ubicación ya que
todo lo que de las ciudades se ha saqueado, se ha repartido,
y estaría muy descaminado el que los soldados las reunieran de nuevo.
Retorna esa joven a los brazos de su padre, y todos te recompensaremos
triplicando o cuadruplicando el botín si llegado el momento Zeus
nos permite saquear la bien amurallada ciudad de Troya.

130. En respuesta dijo el poderoso Agamenon:
"Divino y valeroso Aquiles, no entregaré a la joven
con tales excusas. Ni me engañas ni me convences.
¿Crees que mientras tú puedes seguir disfrutando de tu botín,
yo he de abandonar el mío sin más?
Aceptaré si entre todos me entregáis un trofeo
equivalente y en conformidad con mis deseos.
Si no lo hacéis puede que yo mismo me haga
con el tuyo, el de Ayax o el del mismo Ulises.
Y gran irritación provocaré.
Pero consideremos este asunto mas tarde,
y lancemos una nave negra al cristalino mar,
reunamos remeros y carguemosla con grandes ofrendas,
y embarquemos a la misma Criseida, la de hermosas mejillas.
siendo capitaneada por algún consejero,
como Ayax, Idomeneo o Ulises, de la estirpe de Zeus,
o tú mismo, Aquiles, el mas temible de todos los hombres,
para que nos favorezcan los dioses, con nuestras ofrendas.

148. Con rostro airado replicó Aquiles, el de pies ligeros:
¡Ay Agamenon! ¡Te han cebado la desvergüenza y la codicia!
¿Qué griego obedecerá prontamente tus ordenes,
como recorrer largas distancias o luchar valerosamente?
Mi presencia en esta contienda no es culpa de los lanceros troyanos,
que para mí no son responsables de nada:
ni me han robado mis reses, ni mis caballos,
y en Ftía, mi tierra, fértil en hombres,
nunca han destruido cosecha alguna, ya que en mitad,
se encuentran frondosos montes y resonantes mares:
te hemos seguido, gran sinvergüenza, para que goces
con la honra ganada para Menelao y hacia tí mismo, perro,
a los troyanos. De eso ni te preocupas ni te cuidas.
Y encima me amenazas con quitarme el botín
por el que mucho guerreé y que me concedieron estos griegos.
Nunca recibo botín igual al tuyo ni siquiera cuando
saqueamos una ciudadela troyana bien habitada.
La mayor parte de la brutal y encarnizada batalla,
son mis manos la que la soportan pero cuando toca el reparto,
tu botín siempre es mayor, y aún así marcho grato con el mío,
a mis naves, agotado de tanto combatir.
Y ahora marcho a Ftía, porque realmente será lo mejor
regresar a mi casa en mis curvas naves, ya que no tengo intención
de seguir enriqueciéndote mientras tú me deshonras ante todos."

172. Respondió Agamenón, soberano de hombres:
"Huye, deserta, si es a lo que te arroja tu ánimo
no seré yo el que ruegue para que no marches. Junto a mí hay otros
que me respetan, y en especial el mas grandioso de los dioses.
Eres el mas detestable de los reyes, concebidos por Zeus,
te cautivan las reyertas, las riñas y las batallas.
Tu fuerza es grande, pero se la debes a un dios.
Coge tus naves, tus hombres, regresa a tu hogar,
y reina entre los mirmídones; que ya ignoro tu presencia,
que no me inquieta tu desprecio. Pero te advierto:
igual que el divino Apolo me despoja de Criseida,
a la que restituiré a su amado padre,
puede que te arrebate a Briseida, la de hermosas mejillas.
Yo mismo acudiré a tu tienda y te arrancaré el botín,
para que todos perciban el peso de mi poder, y no pretendan,
al igual que tú, igualarse ni compararse a mi persona."

188. Estas palabras provocaron la colera de Aquiles, y su corazón,
aprisionado y turbado cada vez mas en su pecho, vacilaba entre dos opciones:
desenvainar su afilada espada, que esperaba impaciente a lo largo del muslo,
y alzar al ejército para derrocar a Agamenón despojándolo así de todo poder
o sosegando el ánimo contener la cólera y el furor que desprendía.
La incertidumbre recorría su mente, y cuando el arrojo comenzó a
desenfundar la poderosa espada, se manifestó súbitamente Atenea.
Fue enviada por la diosa Hera, la de blancos brazos y
que amaba y cuidaba a los dos por igual.
Se acercó a Aquiles por su espalda y tomó su rubio cabello.
Sólo a él se aparecía. Ningún otro podía contemplar su presencia.
El Pélida se giró y quedó maravillado al reconocer
la mirada deslumbrante y también terrible de Palas Atenea.
Dirigiéndose a ella pronunció estas palabras:
"Hija de Zeus, portador de la égida ¿a que debo tu presencia?
¿Acaso quieres presenciar los agravios e insultos proferidos por Agamenón?
Te revelaré lo que mi cólera espera que se cumpla:
la afrenta que me ha dirigido le hará perder la vida."

206 Atenea, divinidad de ojos azules, respondió:
"He descendido a través de las nubes para apaciguarte, para calmar tu furia,
por deseo de la divina Hera, la de blancos brazos,
la que ama y cuida de ambos por igual.
Cesa esta hostil disconformidad y no desenvaines la espada
Más sí, puedes injuriarlo e indicarle lo que sucederá,
pues lo que te voy a manifestar se cumplirá:
llegará el día en que te ofrecerá el triple de lo que te quiere quitar.
Haznos caso y deja que la cautela someta a tu ira para que decida por ella.

215 Aquiles, el de los pies ligeros, respondió:
"Necesario es, oh divinidad, cumplir vuestras palabras,
aunque me cueste aplacar mi acalorado ánimo, será lo mejor,
ya que los dioses escuchan de buen grado al que obedece sus preceptos."

219 Envolviendo con su fuerte mano la plateada y brillante empuñadura
deslizó la espada al interior de su sombría morada, acatando así
los deseos de Atenea, que complacida regresó al Olimpo, hogar de Zeus
y de las deidades que rigen el destino de los mortales.
Aquiles prorrumpió con exaltadas voces
dirigiéndose a Agamenón sin deponer aún toda su ira:

225 "¡Borracho! ¡con mirada de perro y corazón de ciervo!
Nunca te has armado para acompañar a tu ejército en el combate
ni te has unido a una emboscada con los valientes griegos
porque cobardemente te asusta percibir la muerte tan de cerca.
Es más confortable buscar refugio en el campamento
y dedicarte a despojarle el botín al que recrimine tu mezquina conducta
¡Reinas ineficazmente y arruinas al pueblo con tu ineptitud!
Si no te cobijaras en tu corona, esas hubieran sido tus últimas palabras.
Más te vaticinaré algo, que expondré prestando solemne juramento,
y lo haré ante este bastón de mando, estéril ya de hojas y ramas,
que permite hacer uso de la palabra ante vosotros y
que ya nunca volverá a florecer, pues el metal
lo despojó de toda hoja y corteza
pero que permite a los griegos impartir justicia
y velar por las leyes de Zeus:
Se presentará el día en que los griegos añoren a Aquiles,
ya que todos, sin excepción, y por mucho que intentes
salvarlos del despiadado Héctor, sucumbirán y morirán.
Ante tremenda aniquilación tu ánimo se desgarrará
por no haber satisfecho los deseos del mejor de tus griegos.

245 Así habló Aquiles, el de los pies ligeros, y tras tirar el cetro
adornado con dorados clavos, se sentó, mientras
Agamenón casi no podía frenar su ira. Se levantó Néstor,
el orador de agradable voz y rey de los pilios,
de cuya boca emanaban palabras tan dulces como la miel.
Su edad había visto consumirse a dos generaciones
de infortunados mortales que con él habían nacido y vivido
en la divina ciudad de Pilos y en la que ahora reinaba.
Dirigió con afecto sus palabras a Aquiles y Agamenón, y así habló:

254 "¡Un gran desconsuelo se apodera de todos los griegos!
al mismo tiempo que disfrutarían enormemente Príamo,
sus hijos, y todos los habitantes de Troya,
si vuestras desavenencias e insultos alcanzaran sus oídos.
Los dos aventajáis a todos los griegos en astucia y valor, más
os pido que atendáis a éste que os habla, que os aventaja en años.

260 Mi tiempo me ha permitido conocer a hombres más osados que vosotros,
con los que he tenido trato, y en los que siempre hallé respeto.
No creo que la tierra vuelva a engendrar hombres
como el rey Pirítoo, o Driante, hijo de Ares,
o Ceneo, Exadio, o Polifemo, semejante a un dios,
o Teseo, hijo del rey Egeo, y comparable a un inmortal.
Todos ellos fueron criados como por la misma fuerza,
y por ello contra las fuerzas mas poderosas guerrearon,
pudiendo masacrar incluso a los asombrosos centauros.
Yo traté con ellos cuando acudí desde Pilos, mi reino,
al ser mi presencia reclamada por ellos mismos,
Y combatí solo y por mi cuenta contra esas poderosas bestias,
a las que ninguno de los mortales de hoy en día se atrevería combatir.
En esa temible batalla se alababan mis palabras y se atendían mis consejos.
Haced vosotros lo mismo, ya que con ello os será mas ventajoso.
Agamenón, no apartes a la muchacha de Aquiles,
que por ser botín es como regalo de todos estos griegos.
Y tú Aquiles, deja de disputar contra Agamenón,
que por ser rey tiene honores distintos a los tuyos,
concedidos gloriosamente por el mismo Zeus.
Tu fuiste engendrado por una diosa y lo superas en fuerza
mas él te supera en autoridad al reinar entre tantos hombres.
¡Rey Atrida, sujeta tu furia! Soy yo quien ahora implora
que aplaques esa desbordante ira contra Aquiles, al que todos
estimamos como bastión impenetrable para nuestro común enemigo."

285 El poderoso Agamenón respondió:
"Sabias y convenientes palabras has pronunciado,
pero mudas habrán llegado al que se cree superior a todos,
a este que pretende someternos y gobernarnos,
mas puede que alguno no sea tan dócil y se rebele desobediente.
¿Es acaso excusa, el haber nacido de inmortales dioses,
el poder proferir mentiras y ofensas sobre mi persona?".

292 Aquiles, el descendiente de Zeus, respondió:
"Con gran razón me llamaran cobarde e ignorante
si me postro cediendo a tus deseos.
Inútil camino han escogido tus ordenes para llegar hasta mi,
porque haciéndoles caso omiso pienso burlarlas todas.
Y quiero que todos sepan que he tomado una decisión.
No pienso luchar por la muchacha contra nadie,
y aceptaré que me quitéis lo que me disteis,
pero de las restantes posesiones, debéis saber,
que nada mas se me privará en contra de mi voluntad.
Especialmente a tí, Agamenón, animo a poner a prueba mi determinación,
para que todos vean como tu corrompida sangre baña la punta de mi lanza."

304 Tras la disputa ambos se levantaron
y se dio por terminada la asamblea.
Aquiles, Patroclo y sus compañeros,
se dirigieron a sus tiendas.
Agamenón ordenó botar una veloz nave.
La equipó con excelentes remeros y la cargó de ofrendas
en honor del dios Apolo. Y a Criseida, la de bellas mejillas,
embarcó al mando del inteligente Ulises.
Partieron y navegaron por las inundadas travesías,
a la vez que Agamenón ordenaba una gran ceremonia de purificación,
donde se echaron a las aguas del mar salado las aguas sagradas
provenientes de numerosos sacrificios en honor de Apolo.
La sangre de decenas de toros y cabras pintó de rojo las espumosas olas,
y las mugrientas humaredas, enroscándose en el aire, tiñeron el cielo de gris.

318 Todos se aplicaban con esmero a consagrar a los dioses,
pero el alma de Agamenón evocaba con insistencia la disputa con Aquiles,
y mandó llamar a Taltibio y a Euríbates,
que eran sus dos diligentes mensajeros.

322 "Acudid a la tienda del Pelida Aquiles,
y coged con delicadeza a Briseida, la de hermosas mejillas.
Y si Aquiles os lo impide, yo mismo acudiré
con mi guardia personal para arrebatársela a la fuerza."

326 Así les ordenó Agamenón a sus dos heraldos,
que no de buen grado acataron y caminaron junto a la orilla del mar,
al encuentro de la guarnición de los mirmidones,
y encontraron a Aquiles sentado junto a su tienda, frente a su negra nave.
No se alegró el Pelida con la llegada de ambos,
que por respeto y temor quedaron en silencio frente a él,
y así quedaron, sin articular palabra alguna.
Aquiles, intuyendo el motivo de la visita les dijo:

334 "¡Bienvenidos seáis, heraldos, mensajeros de Zeus y de los hombres!"
Acercaos sin temor, y libraos de esa culpa, impuesta por Agamenon,
pues venir en busca de la joven Briseida solo son sus ordenes, no vuestros deseos.
Yo también ordeno, y mando a Patroclo, a su pesar, que saque a la muchacha
y os la entregue para que la llevéis a vuestro señor. Sed testigos
ante las eternas divinidades, los mortales hombres,
y ante ese inhumano rey, por si alguna otra vez
se recurre a mi auxilio para evitar desolaciones o matanzas,
pues ese desgraciado se lanza contra mí aireado,
sin poder advertir las consecuencias de sus actos,
ya que los griegos no podrán luchar amparándose en mi protección

345 Así se pronunció Aquiles y Patroclo, obedeciendo,
entró en la tienda a por Briseida, la de hermosas mejillas,
y la entregó a los heraldos, que regresaron a su campamento.
La mujer los siguió afligida mirando a Aquiles, que abatido,
caminó hasta la orilla del mar, donde posó sus rodillas, y lloró,
con la mirada perdida sobre la línea ilimitada de las amplias y saladas aguas.
Alzó sus manos y dirigió numerosas plegarias a su madre, la ninfa Tetis:
"¡Madre! Si me diste vida para vivirla con brevedad,
tendría que haberme colmado de honorabilidad el dios de dioses,
Zeus atronador, pero no, ni una menudencia me ha otorgado.
Agamenón, poderoso en tierras y en hombres,
me ha mancillado sin reparo e insolentemente, despojándome de lo que era mío."

357 Al mismo tiempo emitía lágrimas y rezos, que alcanzaron los oídos de su madre,
allí en las profundidades, mientras acompañaba a su padre Nereo, cuidador de olas,
y de inmediato ascendió y asomó sobre la superficie del viejo mar.
Y se posó junto a Aquiles, que como un niño mantenía su llanto.
Tetis acarició a su hijo, y entre murmullos, casi arrullando, le dijo:
"¡Hijo mío! ¿De donde proceden tus lágrimas? ¿Donde encontrar su fuente?,
que sean tus labios los que rebelen la morada de esa aflicción.

364 Aquiles, el de pies ligeros, respondió afligido:
¿mujer, para qué rebelarte lo que como diosa debes ya saber?
Asaltamos Teba, ciudad sagrada del soberano Eetión,
la saqueamos y trasladamos todo el botín aquí.
Justa y convenientemente se distribuyó todo,
y apartaron a Criseida, la de hermosas mejillas, para Agamenón.
Crises, sacerdote de Apolo, y padre de la muchacha,
apareció en el campamento, con riesgo a su vida.
Cargado de cuantiosos regalos para liberar a su hija,
y ataviado con las vestiduras religiosas,
habló y suplicó a todos los griegos,
pero especialmente dirigió sus palabras y su mirada a los Atridas.

376 Todos los presentes consintieron el ofrecimiento,
honrando al sacerdote y aceptando el espléndido rescate;
pero no hizo lo mismo el Atrida Agamenón,
que violentamente lo obligó a marchar del campamento.
Así lo hizo el anciano, que airado imploró a Apolo,
y el dios atendió sus deseos extendiendo sobre los griegos un manto mortal.
Los dardos envenenados del dios flechador,
atravesaban el extenso campamento, diezmando al ejército.

384 El mejor de los adivinos,
nos comunicó la causa y el remedio a tanto mal,
y yo fui el primero en ordenar calmar la cólera divina.
Pero Agamenón, se vio obligado a desprenderse de su preciado botín,
pero amenazando cumplir lo ya cumplido.
Tras retornar a Criseida junto a su padre,
envió a quitarme a Briseida,
arrebatándosela a mi cariño, y a mis abrazos.

393 Madre, te suplica tu hijo, ayudame.
Pon rumbo hacia el Olimpo, e implora a Zeus, si es que en algún momento,
has complacido su corazón, con palabras o actos,
pues muy a menudo he oído de tus propios labios,
alardear como a Zeus, el de tepridantes nubes,
libraste tú sola de una deshonrosa afrenta,
cuando otros dioses quisieron sujetarlo con fuertes ataduras.
Hera, Posidón y Palas Atenea, fueron.

401 Sin embargo, tú, madre, mi diosa, lo libraste,
al solicitar ayuda al Centímano, coloso de cien brazos,
manejados por cincuenta cabezas, al que los dioses llaman Briáreo
y los hombres confunden con su padre, el dios de las aguas, Egeón.
Centímano se acomodó junto a Zeus, para escudarlo de la intenciones,
arrojadas por Hera, Posidón y Palas Atenea, que sintieron pavor y se retiraron.
Abraza las rodillas de Zeus, y evoca en su memoria, estos, tus actos,
para que te haga caso, favorezca a los troyanos,
y los griegos caigan en trampa mortal, pereciendo gran cantidad de ellos,
y todo el ejército maldiga a su rey por su decisión para conmigo.
Y el Atrida Agamenón, señor de extensos dominios,
se atormente de no satisfacer mis deseos, privando a mi goce.

413 El corazón, afligido, encendía lágrimas en la mirada de Tetis:
"¡Hay, hijo mío! ¿Para qué te crié si en lóbrego día te dí a luz?
Debiste haber quedado apartado de esta guerra,
para alejar tu nombre de la inmortalidad y así prolongar la vida,
pero precoz surgió el destino y desafortunado de entre todos eres,
porque para ello te traje al mundo, para que te evocaran por siempre.
Me apresuraré al encuentro de Zeus, que goza con el rayo,
esperando que al transmitirle el mensaje, apruebe tus deseos.

421 Y tú, hijo mío, aguarda, ten paciencia,
somete tu cólera y no secundas esta batalla.
Zeus, celebra un banquete en Océano,
en compañía de todos los dioses,
y pasados unos día regresará al Olimpo,
será entonces cuando acudiré a su morada,
y abrazándome a sus rodillas esperaré que atienda este ruego."
Así habló Tetis, madre de Aquiles,
y este quedó a la espera, sumido en la nostalgia a Criseida,
de agraciada figura, y que le arrebataron contra su voluntad.

431 Mientras tanto, Ulises, llegaba a la ciudad de Crisa.
Entraron en su puerto, de innumerables simas,
arriaron y recogieron velas,
abatieron el mástil con fuertes maromas,
y remando, propulsaron el barco hasta el fondeadero.
Arrojaron anclas, aseguraron amarras,
y saltaron a la orilla del mar,
llevando sacrificios con los que rendir culto a Apolo.
Ulises acompañaba a la hermosa Criseida
llevándola hasta el altar,
y entregándosela a su padre dijo:

442 ¡Crises! Agamenón , soberano de hombres, me envía.
Devolverte a Criseida, es mi misión, así como ofrecer a Apolo,
sagrados sacrificios para ganar su favor, y así retire,
las aciagas aflicciones que atormentan a nuestros ejércitos.

446 Crises recibió con enorme alegría a su hija.
Prestamente dispusieron el sagrado sacrificio a Apolo,
y lo depositaron sobre el bien elaborado altar.
Tras lavarse las manos, cogieron granos de cebada,
y Crises oró invocando con los brazos en alto:

451 "¡Oyeme, Divino Arquero! protector de las ciudades de Crisa,
la divina Cila, y de Ténedos, en la que gobiernas con poder.
Escuchaste mi plegaria, y fui honrado con tu auxilo.
Infringiste graves castigos al ejército griego,
mas una vez cumplido mi deseo,
te imploro ahora que apartes el castigo."

457 La oración llegó a oídos de Apolo,
y fue implorada espolvoreando granos de cebada
sobre el animal sacrificado, que fue degollado y desollado.
Tras despiezar sus muslos los cubrieron de grasa,
y sobre éstos pusieron mas trozos de carne cruda.
Crises asaba el sacrificio sobre leños ardiendo, y esparcía
vino, que resplandecía en contacto con el fuego
Los muslos se consumieron al fuego y probaron las vísceras,
y tras trocear el resto, lo atravesaron en brochetas.
Asaron a fuego lento y retiraron todo del fuego.
Terminada la preparación dispusieron el banquete,
que repartieron entre todos con igual porción.

469 Tras saciar el hambre y la sed,
siguieron colmando los vasos con bebida,
que repartían entre todos para que brindaran por Apolo.
Todo el día fue festejado con cánticos y danzas.
Los jóvenes griegos invocaban a la divinidad con alaridos de alegría,
que llegaban a los oídos de ésta para deleitar su mente.

475 Mientras el cielo se preñaba de estrellas, el ocaso alumbraba la oscuridad,
y buscaron el sueño entre las amarras de las naves.
Se acercó el sueño entre brisas hasta que emergió la Aurora,
y se hicieron a la mar buscando el campamento griego
amparados entre favorables vientos dirigidos por Apolo.
Alzaron el mástil y desplegaron las blanquecinas velas,
que fueron cebadas por la brisa, mientras las olas,
se partían y gemían con el impulso firme de la nave.

483 El rumbo de la embarcación rompía el mar mientras éste le abrazaba,
y cuando se aproximaron al enorme campamento griego,
las olas la impulsaron con suavidad hasta la orilla.
Tras inmovilizarla y calzarla con firmeza,
se dispersaron entre las tiendas.
Aquiles, el de pies ligeros, descendiente de Zeus,
sentado junto a las raudas naves, acumulaba la cólera.
Ni asistía a las asambleas ni participaba en los combates.
Con añoranza percibía a lo lejos el clamor de la batalla,
y su corazón, desnutrido de honor, se consumía.

493 Florecieron doce auroras, gestadas por la mañana,
y los eternos dioses, liderados por Zeus, acudieron al Olimpo.
Tetis, madre de Aquiles, inquieta por las desdichas de su hijo,
había emergido entre los lechosos rizos de las olas,
y horadando el final de los cielos compareció en el Olimpo.
Zeus, de potente voz, se situaba alejado de los demás,
en la cima más alta, que le permitía divisarlo todo.
Tetis se aproximó inclinándose hasta abrazar sus rodillas,
y mientras acariciaba su poblada barba,
imploró con respeto al soberano de soberanos:

503 ¡Padre! Supremo entre los inmortales,
al que siempre he respetado y obedecido, atiende mi súplica:
favorece mi descendencia, sometida a la crueldad del destino,
y al excesivo uso de poder de Agamenón, rey de hombres,
quien ha deshonrado a mi hijo, hurtándole el botín de las contiendas.
Suplico tu ayuda, tú que planificas el destino de los hombres,
asiste a los troyanos otorgándoles aliento y fuerzas,
para que los griegos reclamen y exalten el auxilio de mi hijo.

511 Zeus, creador de nubes, mantuvo el silencio,
y en su trono discurría sobre la situación.
Tetis, sin haber apartado su abrazo, insistió:
"Agracia mis deseos disponiendo tu consentimiento,
o deniégamelos, ya que no tienes obligación ni temor, pero sabré
que de todas las divinidades, soy la más despreciada.

517 Por la boca de Zeus se manifestó la ira,
"¡Caos y desgracias se aproximan, ya que me enfrentaras
con Hera cuándo ésta me atiborre de insultos!.
No existen motivos para que se afirme y se me reproche
que en esta amarga contienda haya favorecido al pueblo de Troya.
Regresa, Tetis, a tu morada, antes que Hera advierta algo.
Hazme caso y no te preocupes, yo me encargaré,
porque asiento con la cabeza, y este gesto
entre los dioses, al venir de mí, es prueba
inequívoca que no dará lugar a engaño.
Pues todo queda cumplido si lo garantiza este gesto"

528 Dicho esto, Zeus, hijo de Cronos, asintió,
y mientras su amplia cabellera ondeaba armoniosamente,
en el Olimpo sobrevino un fuerte temblor.
Tetis, complacida, se retiró,
y descendió hasta zambullirse en el inmenso mar.
Zeus retornó a su morada, y a su paso,
los dioses, en señal de respeto,
se levantaban de sus asientos.

536 Se incorporó en su trono y su consorte Hera,
intuyó que había tramado algún plan con Tetis,
la de pies de plata e hija del anciano dios de los mares.
Con hábiles palabras le susurró:
"¿Qué dios está tramando planes contigo?.
Te satisface discurrir, maquinar y disponer sentencias
cuando me tienes lejos, y hasta el día de hoy
me has tenido apartada de tus planes e intrigas.

544 El padre de hombres y dioses le respondió:
"Hera, no pretendas conocer mis intenciones,
porque complicado te será aún siendo mi esposa.
Y si convengo que es adecuado conocerlas
te serán presentadas antes que a cualquier hombre o dios.
Pero las que deseo que permanezcan ocultas
ni las indagues y ni siquiera preguntes por ellas.

551 Le respondió la venerada Hera:
Turbadoras las palabras manadas de tu boca.
No es insolencia preguntar por tus designios
ya que siempre, y sosegadamente, deliberas como quieres.
Más hoy, mis pensamientos están colmados por el temor
de que Tetis, la de pies plateados, confunda tu mente,
ya que con astutas carantoñas ha abrazado tus rodillas,
para conseguir tu glorioso asentimiento que ampare a Aquiles
y arrase con la vida de muchos de sus oponentes.

560 Respondió Zeus, creador de nubes y padre del rayo:
"¡Atrevida! No logro desprenderme de tus sospechas.
Con tu actitud solo consigues apartarme de tí,
y con ello alentarás tu pesar, no el mío.
Abandona tus pesquisas y recelos,
y obedeciendo mis deseos, toma asiento en silencio,
porque ni todos los dioses del Olimpo podrán socorrerte
en caso de que decida ponerte encima mis poderosas manos.

568 Se manifestó el miedo en lo más profundo de la honorable Hera,
y sometiéndose tomó asiento y humilló su corazón.
Pero la escena había incomodado a los celestiales dioses,
entre otros a Hefesto, divino herrero, que procurando
mitigar la aflicción de su madre, Hera, se pronunció así:

573 "Triste e inquietante se presenta esta disputa,
si a consecuencia de unos mortales os encaráis así,
suscitando discrepancias en el ánimo de los dioses del Olimpo,
que debería prevalecer sobre el de esos mortales.
A mi querida y venerada madre le solicito
que intente complacer a su esposo, Zeus,
para evitar que la reprenda, perturbe esta asamblea,
y con ello, la paz de este nuestro hogar.
Mi padre, que también lo es de dioses y hombres,
tiene como súbdito al supremo poder,
y bastaría su deseo para fulminarnos en nuestros asientos"

583 Así habló Hefesto, y alzando una copa,
se la ofreció con respeto a Hera:
"Madre mía, somete y disimula tu pesar,
para que mis ojos no puedan contemplar tu caída
porque aún siéndote tan querida, no podría auxiliarte
pues imposible es enfrentarse a Zeus.
Ya conoces, como en otra ocasión, intentando apoyarte,
me expulsó de esta divina morada agarrándome del pie,
y arrojándome al abismo, descendí durante todo el día,
y a la llegada del ocaso caí en Lemmos,
cuando el aliento ya estaba a punto de abandonarme.
Allí sus habitantes me socorrieron nada más caer.

595 Hera, la de blancos brazos, sonrió al escucharlo,
y aceptó complaciente la copa que su hijo le ofrecía.
Hefesto acercó el dulce néctar a los demás dioses,
y lo fue vertiendo en sus doradas copas, tras lo cual,
el regocijo y las risas comenzaron a inundar el Olimpo,
la mayor de las cumbres y morada celestial de dioses.
Y hasta que el sol decidiera ausentarse,
se prolongaría el festín colmándose de exquisitos manjares,
mientras Apolo deleitaba la velada con su lira,
y las musas fundían sus hermosas voces en los acordes.

605 Y cuando el Sol, horadando el horizonte, se ocultó,
los dioses, buscando el descanso, marcharon a sus moradas.
Moradas que el ilustre Hefesto, aún a pesar de su cojera,
había esbozado y proyectado con espléndido ingenio.
También buscó el sueño el Olímpico Zeus,
padre de hombres y dioses, creador de rayos fulminantes,
Y en su lecho y a su lado, Hera, compartiendo sueños.

Fin del Canto I
Trabajito me ha costado.


Helena y Paris, de Jacques-Louis David


Aquiles, de François-Léon


El Adivino Calcante


Criseida


Atenea, de Brocos Isidoro

--ILIADA. Biblioteca Clásica Gredos, 1982

1. La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles,
maldita, que causó a los aqueos incontables dolores,
precipitó al Hades muchas valientes vidas
de héroes y a ellos mismos los hizo presa para los perros
y para todas las aves -y así se cumplía el plan de Zeus-,
desde que por primera vez se separaron tras haber reñido
el Atrida, soberano de hombres, y Aquiles, de la casta de Zeus.

8. ¿Quién de los dioses lanzó a ambos a entablar disputa?
El hijo de Leto y de Zeus. Pues, irritado contra el rey,
una maligna peste suscitó en el ejército, y perecían las huestes
porque el sacerdote Crises había deshonrado
el Atrida. Pues aquél llegó a las veloces naves de los aqueos,
cargado de inmensos rescates para liberar a su hija,
llevando en sus manos las infulas del flechador Apolo
en lo alto del áureo cetro, y suplicaba a todos los aqueos,
pero sobre todo a los dos Atridas, ordenadores de huestes:

17. "¡Oh Atridas y demás aqueos, de buenas grebas!
Que los dioses, dueños de las olímpicas moradas, os concedan
saquear la ciudad de Priamo y regresar bien a casa;
pero a mi hija, por favor, liberádmela y aceptad el rescate
por piedad del flechador hijo de Zeus, de Apolo."

22. Entonces todos los demás aqueos aprobaron unánimes
respetar al sacerdote y aceptar el espléndido rescate,
pero no le plugo en su ánimo al Atrida Agamenón,
que lo alejó de mala manera y le dictó un riguroso mandato:

26. "Viejo, que no te encuentre yo junto a las cóncavas naves,
bien porque ahora te demores o porque vuelvas más tarde,
no sea que no te socorran el cetro ni las ínfulas del dios.
No la pienso soltar; antes le va a sobrevivir la vejez
en mi casa, en Argos, lejos de la patria,
aplicándose al telar y compartiendo mi lecho.
Mas vete, no me provoques y así podrás regresar sano y salvo."

33. Así habó, y el anciano sintió miedo y acató sus palabras.
Marchó en silencio a lo largo de la ribera del fragoroso mar
y, yéndose luego lejos, muchas súplicas dirigió el anciano
al soberano Apolo, al que dio a luz Leto, de hermosos cabellos:
"¡Óyeme, oh tú, el de argénteo arco, que proteges Crisa
y la muy divina Cila, y sobre Ténedos imperas con tu fuerza,
oh Esminteo!. Si alguna vez he techado tu amable templo
o si alguna vez he quemado en tu honor pingües muslos
de toros y de cabras, cúmpleme ahora este deseo:
que paguen los dánaos mis lágrimas con tus dardos."

43. Así habló en su plegaria, y Febo Apolo le escuchó
y descendió de las cumbres del Olimpo, airado en su corazón,
con el arco en los hombros y la aljaba, tapada a ambos lados.
Resonaron las flechas sobre los hombros del dios irritado,
al ponerse en movimiento, e iba semejante a la noche
Luego se sentó lejos de las naves y arrojó con tino una saeta;
y un terrible chasquido salió del argénteo arco.
Primero apuntaba contra las acémilas y los ágiles perros;
más luego disparaba contra ellos su dardo con asta de pino
y acertaba; y sin pausa ardían densas las piras de cadáveres.

53. Nueve días sobrevolaron el ejército los venablos del dios,
y al décimo Aquiles convocó a la hueste a una asamblea:
se lo infundió en sus mientes Hera, la diosa de blancos brazos,
pues estaba inquieta por los dánaos, porque los veía muriendo.
Cuando se reunieron y estuvieron congregados,
levantóse y dijo entre ellos Aquiles, el de los pies ligeros:

59. "Oh Atrida! Ahora creo que de nuevo a la deriva
regresaremos, en caso de que escapemos de la muerte,
si la guerra y la peste juntas van a doblegar a los aqueos.
Mas, ea, a algún adivino preguntemos o a un sacerdote
o intérprete de sueños -que también el sueño procede de Zeus-
que nos diga por lo que se ha enojado tanto Febo Apolo,
bien si es una plegaria lo que echa de menos o una hecatombe,
para ver si con la grasa de carneros y cabras sin tacha
se topa y entonces decide apartar de nosotros el estrago."

68. Tras hablar así, se sentó; y entre ellos se levantó
el Testórida Calcante, de los agoreros con mucho el mejor,
que conocía lo que es, lo que iba a ser y lo que había sido,
y había guiado a los aqueos con sus naves hasta Ilio
gracias a la adivinación que le había procurado Febo Apolo.
Lleno de buenos sentimientos hacia ellos, tomó la palabra y dijo:

74. "¡Aquiles! Me mandas, caro a Zeus, declarar
la cólera de Apolo, el soberano flechador.
Pues bien, te lo diré. Mas tú comprométeme conmigo, y jurame
que con resolución me defenderás de palabra y de obra,
pues creo que voy a irritar a quien gran poder sobre todos
los argivos ejerce y a quien obedecen los aqueos.
Poderoso es un rey cuando se enoja con un hombre inferior:
incluso si en el mismo día digiere la ira,
mantiene el rencor aún más tarde, hasta satisfacerlo,
en su pecho. Tú explícame si tienes intención de salvarme."

84. En respuesta le dijo Aquiles, el de los pies ligeros:
"Recobra el buen ánimo y declara el vaticinio que sabes.
Pues juro por Apolo, caro a Zeus, a quien tú, Calcante,
invocas cuando manifiestas vaticinios a los dánaos,
que mientras yo viva y tenga los ojos abiertos sobre la tierra,
nadie en las cóncavas naves pondrá sobre ti sus manos pesadas
de entre todos los aqueos, ni aunque menciones a Agamenón,
que ahora se jacta de ser como mucho el mejor de los aqueos."

92. Y entonces ya cobró ánimo y dijo el intachable adivino:
"Ni es una plegaria lo que echa de menos ni una hecatombe,
sino que es por el sacerdote, a quien ha deshonrado agamenón,
que no ha liberado a su hija ni ha aceptado el rescate,
por lo que el flechador ha dado dolores, y aún dará más.
Y no apartará de los dánaos la odiosa peste,
hasta que sea devuelta a su padre la muchacha de vivaces ojos
sin precio y sin rescate, y se conduzca una sacra hecatombe
a Crisa; sólo entonces, propiciándolo, podríamos convencerlo."

101. Tras hablar así, se sentó; y entre ellos se levantó
el héroe Atrida, Agamenón, señor de anchos dominios,
afligido: de furia sus negras entrañas a ambos lados muy
llenas estaban, y sus dos ojos parecían refulgente fuego.
A Calcante en primer lugar dijo, lanzando malignas miradas:
"¡Oh adivino de males! Jamás me has dicho nada grato:
siempre los males te son gratos a tus entrañas de adivinar,
pero hasta ahora ni has dicho ni cumplido una buena palabra.
También ahora pronuncias ante los dánaos el vaticinio
de que por eso el flechador les está produciendo dolores,
porque yo el espléndido rescate de la joven Criseida
no he querido aceptar; pero es a mi firme voluntad tenerla
en casa; pues además la prefiero antes que a Clitemnestra,
mi legítima esposa, porque no es inferior a ella
ni en figura ni en talla, ni en juicio ni en habilidad.
Pero, aun así, consiento en devolverla, si eso es lo mejor.
Yo quiero que la hueste esté sana y salva, no que perezca.
Mas disponedme en seguida otro botín; que no sea el único
de los argivos sin recompensa, porque tampoco eso está bien.
Pues todos lo veis: lo que era mi botín se va a otra parte."

121. Le respondió el divino Aquiles, de protectores pies:
"¡Oh gloriosísimo Atrida, el más codicioso de todos!
¿Pues cómo te van a dar un botín los magnánimos aqueos?
Ni conocemos sitio donde haya atesorados muchos bienes comunes,
sino que lo que hemos saqueado de las ciudades está repartido,
ni tampoco procede que las huestes los reúnan y junten de nuevo.
Mas tú ahora entrega esta joven al dios, y los aqueos
con el triple o el cuádruple te pagaremos, si alguna vez Zeus
nos concede saquear la bien amurallada ciudad de Troya."

130. En respuesta le dijo el poderoso Agamenón:
"A pesar de tu valía, Aquiles igual a los dioses, no trates
de robármela con esa excusa; no me vas a engañar ni convencer.
¿Es que quieres que mientras tú sigues con tu botín, yo así
me quede sentado sin él, y por eso me exhortas a devolverla?
Sí, pero si me dan un botín los magnánimos aqueos
seleccionándolo conforme a mi deseo, para que sea equivalente;
mas si no me lo dan, yo mismo puede que me coja
el tuyo o el botín de Ayante, yendo por él, o el de Ulises
me llevaré cogeré. Y se irritará aquel a quien yo me llegué.
Pero esto ya lo deliberaremos más tarde.
Ahora, ea, una negra nave botemos al límpido mar,
reunamos remeros a propósito, metamos en ella una hecatombe,
y a la propia Criseida, de bellas mejillas,
embarquemos; sea su único jefe uno de los consejeros,
Ayante o Idomeneo o Ulises, de la casta de Zeus,
o tú, oh Pelida, el más terrorífico de todos los hombres,
para que nos propicies al Protector, ofrendando sacrificios."

148. Mirándolo con torva faz, replicó Aquiles, de pies ligeros:
"¡Ay! ¡Imbuido de desvergüenza, codicioso!
¿Cómo un aqueo te va a obedecer, presto a tus palabras,
para andar un camino o luchar valerosamente con los hombres?
No he venido yo por culpa de los troyanos lanceadores
a luchar aquí, porque para mí no son responsables de nada:
nunca hasta ahora se han llevado ni mis vacas ni mis caballos,
ni nunca en Ftía, de fértiles glebas, nutricia de hombres,
han destruido la cosecha, pues que en medio hay muchos
umbríos montes y también el resonante mar:
a ti, gran sinvergüenza, hemos acompañado para tenerte alegre,
por ver de ganar honra para Menelao y para ti, cara de perro,
de los troyanos. De eso ni te preocupas ni te cuidas.
Además me amenazas con quitarme tú mismo el botín
por el que mucho pené y que me dieron los hijos de los aqueos,
Nunca tengo un botín igual al tuyo, cada vez que los aqueos
saquean una bien habitada ciudadela de los troyanos.
Sin embargo, la mayor parte de la impetuosa batalla
son mis manos las que la soprtan. Mas si llega el reparto,
tu botín es mucho mayor, y yo, con un lote menudo, aunque grato,
me voy a las naves, después de haberme agotado de combatir.
Ahora me marcho a Ftía, porque realmente es mucho mejor
ir a casa con las corvas naves, y no tengo la intención
de de procurarte riquezas y ganancia estando aquí deshonrado."

Nota: por el tema de los derechos de autor no pongo mas texto original


Página creada por Pablo Mora
Fecha creación: 17/03/15 - Última modificación: 18/09/19